La argumentación revolucionaria se contrapone al concepto de “enfermedad
mental” y a las teorías basadas en el funcionamiento humano, que asumen la
racionalidad como principal característica de normatividad y responsabilidad de los
socialmente sanos. Para la sociedad tradicional, el loco o el “trastornado
mentalmente” está exento de cualquier tipo de lógica, es por tal razón que su
conducta y experiencia cotidiana queda determinada por un proceso “patológico”
que actúa en él, quedando por lo tanto fuera de control (Heather, 1976).
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